El
arrendajo hace esto: además de imitar voces de otros pájaros, esconde bellotas lejos del lugar donde las recolecta. Muchas bellotas. Y las guarda no solo para los tiempos de necesidad. Las guarda porque las guarda. Nunca se sabe. Lo hace lejos de donde las encontró, como si supiera que es mejor poner distancia entre dos lugares valiosos. Algunas de esas semillas, olvidadas, crecen después y se convierten en recios robles. Así que el arrendajo, con sus manías, crea bosques fantásticos en los que luego puede ocurrir de todo.
Muchos, sin embargo, hablan mal de él. Cualquier virtud puede ser una condena.